ENCUENTRO FEMINISTA 60 años y +
Argelia Londoño Velez
Todo empezó como un deseo simple, de esos que expresamos al despedirnos rápidamente de una amiga: nos tenemos que encontrar para tomar algo. Esta vez fue cierto y el sueño se cumplió. El deseo de reencontrarnos, movido por la convocatoria de las seis creció como una ola, como una espuma buscando una playa. Decía Florance Thomas en la convocatoria; “Todas las que nacimos en los años 30, 40, 50 y 60 del siglo XX, nos encontramos en un momento de la vida en que las amigas mueren… y una infinita tristeza me invadió, con sus interrogaciones, dudas, contradicciones y con la seguridad de nuestra fragilidad en este mundo tantas veces incomprensible, duro y resistente ante nuestros sueños y ansias para lograr cambiarlo…Es urgente y necesario que la vida nos dé una oportunidad, quizás la última, de encontrarnos…las locas soñadoras que fuimos y que seguimos siendo, todas aquellas que abrimos un camino”. Este llamado tomó forma en el Encuentro nacional de feministas mayores de 60 años. Santa Marta – 12,13 ,14 de septiembre de 2023. Estuvimos frente al sonido misterioso y propiciatorio del mar.
Compartí los sentimientos de las firmantes -Clara Mazo, Isabel Ortiz, Beatriz Quintero, Florance Thomas, Cris y Main Suaza, Maria Mercedes Tello – de la invitación para el encuentro, era un manifiesto de urgencia a renovar los votos por la amistad y las complicidades que nos colocaron del lado de una de las transformaciones más profundas e ingeniosas de lo social, de los últimos dos o tres siglos.
También sentí nostalgia ante las pérdidas de las amigas ausentes, las compañeras de caminos que no volvería a ver, sentí la necesidad de abrazar a quienes he admirado y de quienes aprendí en ese andar el feminismo por más de cincuenta años.
Comprendí, una vez más, que morir es una certeza, pero aún vivimos y es momento de elegir a quién amar y a quiénes reconocer como maestras, amigas, hermanas elegidas. El encuentro sería un espacio para revisar esas cien maneras de vivir el feminismo, esos senderos que cada una recorrió construyendo vínculos con otras miles de mujeres en un tejido sutil y poderoso que se desplazó año a año por muchos rincones del país, en medio de la guerra, que se duele y sufre y que en simultáneo crea redes de intención y propósitos esperanzadores.
Iríamos a hacer la memoria de una generación de supervivientes, porque eso siento que somos las feministas viejas, porque crecimos en pensamiento, palabra y obra en tiempos oscuros y hostiles, incluso perseguidas y amenazadas por los actores más conservadores, en ambientes refractarios al cambio y a la modernidad que proponemos desde el feminismo.
En esos contextos las feministas viejas debimos ganar, palmo a palmo, el cuerpo, la sexualidad, el placer, la calle, los muros, la palabra, la escritura, lo público, y hacernos valientes con el calor de las hermandades de los grupos de autoconciencia y las organizaciones sociales, de liderazgos morales colectivos y conscientes de que movilizábamos una propuesta de cambio social contracultural que tenía costos pero que, al tiempo, nos afirmaba como sujetas dignas de todos los derechos.
Iríamos al encuentro para responder al llamado íntimo de entregar a otras el legado, ese continuo que recibimos de nuestras ancestras, -desde la ilustración y el sufragismo y más allá, desde las mujeres que se la jugaron solas contra el muro de lo invisible- esa construcción colectiva a veces imperceptible y poderosa de un saber transitar desde el lugar de la invisibilidad y la exclusión a los espacios de la inclusión y la visibilidad. Asistí animada por la voluntad de compartir con otras los recuerdos de aquello que hicimos y reflexionamos, como testigas vivientes de los acontecimientos que marcaron la vida de miles de mujeres de las décadas del 40-70 del siglo pasado.
Cada una de las mujeres invitada fue y es protagonista de disputas anti-patriarcales, de avances en los derechos de las mujeres, de las victorias y derrotas, en el interminable viaje hacia las libertades, porque cada una es portadora de un fragmento de una historia colectiva, de ese poliedro con luces y sombras, conflictiva y dinámica, y a esta hora de la vida y de la muerte, consoladora.
El legado, en realidad son los legados, son ventanas, para una interpretación caleidoscópica, del pasado reciente, que es presente y hace parte del futuro del movimiento; nuestro legado es una reunión de miradas hacia nosotras mismas como constructoras, que hemos sido y somos, de nuestras propias autobiografías en comunión con otras transeúntes de los múltiples senderos por donde discurrió la ola feminista en las décadas pasadas.
Recibí con alegría la invitación a vivir unos momentos para mirarnos como mujeres sabias, envejecientes e imperfectas que transmitimos, cada una, a su manera, a las nuevas generaciones las muy variadas formas de hacer, sentir y decir los feminismos. Hoy, con el paso de la luz y de las sombras por nuestros cuerpos, redescubrimos que hicimos y somos historia.
Las feministas jóvenes, por lo menos más jóvenes que nosotras, serán depositarias de nuestro legado porque ellas son las herederas naturales de nuestra historia. De la misma manera que nosotras fuimos beneficiarias de otros derechos y hermandades construidas por las sufragistas, las mujeres campesinas organizadas, las lideresas negras de los palenques, las indígenas que nombraron la tierra, el agua y las semillas antes, mucho antes que nosotras, las escritoras y educadoras de la primera mitad del siglo XX de las cuales bebimos, las socialistas utópicas que nos acompañaron en la universidad. Porque somos el recuerdo y la memoria y estamos como una comunidad unida contra el olvido. Sentí que sería un espacio de reconocimiento y de balance amoroso, en esos puntos suspensivos de la vida que se instalan a ratos, creo que después de los sesenta.
Dispuse mi corazón para encontrarme con esas mujeres pasión, mujeres alegría, mujeres reflexión que hicieron de su vida una militancia radical, un compromiso con los sueños de justicia para las mujeres que se actualizó cada día en los mítines, en los conversatorios, plantones, velatorios, vigilias, batucadas, performances y toda esa imaginación lúdica, poblada de rituales, que le ha impreso el feminismo a las movilizaciones sociales. Encontrar a las pioneras, a las valientes transgresoras de Bogotá, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Medellín, me hizo la ilusión de una cita esperada desde el afecto que reivindicó la territorialidad del feminismo. El feminismo en el país tiene cara de región.
Allí llegamos, cargadas de historias y preguntas. Invitadas de privilegio las fundadoras de las ONGs feministas que crearon, paso a paso, los diversos centros de promoción de los derechos y el tejido organizativo que sustenta el movimiento social de las mujeres y sus demandas; las feministas que marcharon trochas en las solidaridades con las mujeres víctimas y abrigaron a las mujeres sobrevivientes de hechos victimizantes anudadas por la negociación y la salida política al conflicto armado que aún estremece al país; porque el feminismo en Colombia se liga a las propuestas de paz de una manera sustantiva.
Allí en el encuentro escuchamos aquellas que tomaron sus opciones de acompañamiento, siguiendo la ruta de Jesús, las mujeres de fe que caminaron el feminismo con otras mujeres del campo y de las barriadas populares y las mujeres indígenas; estuvieron también las ecofeministas, las académicas, maestras e investigadoras que libraron duros debates, con su filigrana de palabras, para ganar la A y el lenguaje inclusivo y abrieron discusiones en las distintas disciplinas sobre el papel de las mujeres.
También las artistas, las creadoras culturales, nos recordaron que los feminismos se pelean en el orden de los símbolos y otros lenguajes y que las demandas de las mujeres merecen representaciones estéticas que nombren la igualdad. Llegaron también las escritoras de cuentos y poemas. Porque ¿qué sería de los feminismos sin arte, literatura y poesía? Los cambios requieren narrativas que nos nombren y la escritura, el teatro, la poesía, suelen ser formas de la sensibilidad ante el nuevo mundo que intuimos.
Estuvieron las juristas que acompañaron las peticiones de igualdad y no discriminación en la constitución del 91 y otros desarrollos legislativos, las militantes cargadas de argumentos que defendieron las causas de la salud y los derechos sexuales y reproductivos y dieron a luz el derecho al aborto, aquellas que desde la institucionalidad propusieron políticas públicas y desarrollo de servicios institucionales para atender a las mujeres con enfoque de género, porque los derechos se traducen en servicios o se quedan en la retórica vacía.
Todas ellas se levantaron indignadas, evangelizaron, pintaron paredes, gritaron contra los agresores, hicieron discursos contra las guerras, los miedos y las violencias y contra los mundos patriarcales que nos asechan, sin darse tregua.
En la hora del encuentro hubo bienvenidas, saludos, abrazos, muchos abrazos largos, cálidos y estrechos, lágrimas, sonrisas. Verlas de nuevo, en este recodo de la vida, fue estimulante, muchas conversaciones iniciadas y estremecimientos, reconocimientos, una reedición de los afectos que requieren regarse, de vez en cuando, en especial cuando se presiente que tal vez sea por última vez.
Como no me ha sido dado el don de la ubicuidad, aunque quise saltar de grupo en grupo, pasearme por las diversas actividades, no lo logré, aquello de la capacidad femenina para las múltiples tareas en simultáneo está en cuestión. Quiero destacar los espacios en donde me apliqué con fervor de iniciada.
Estación cuéntame tu vida: Construcción colectiva de la memoria.
Para contribuir a la construcción colectiva de la memoria, cada una fue y es memoria viva, se dispuso de un espacio, el salón de la memoria, el lugar de la recuperación y construcción colectiva, la suma creativa de los recuerdos de los protagonismos femeninos individuales y colectivos, del hacer de los grupos y organizaciones, de los móviles que nos lanzaron a las calles, de las negociaciones, de las pedagogías críticas y publicaciones. Enumeramos los mojones, las fechas, las movilizaciones que desde la subjetividad consideramos importantes e históricos, aquellos que instalaron un antes y un después en el fluir del movimiento social de mujeres.
El rescate de la memoria ha sido para nosotras la conmemoración y transmisión de los valores civiles, de una ética pacifista y de los esfuerzos del feminismo por la profundización de la democracia precaria que habitamos en medio de contextos violentos, es también la puesta en común de la defensa de la dignidad, la igualdad, las libertades para el conjunto social y en especial para nosotras.
Entre todas reconstruimos los hilos de un tejido hilado a muchas manos, que en cincuenta años se ha convertido en organizaciones, política pública, en institucionalidad de género, en columnas de opinión, publicaciones, en alianzas con múltiples actores por las libertades y los derechos. En perspectiva, con el hacer colectivo hemos introducido novedades en lo social y en la vida institucional, allí nuestro paso a dejado huellas, aunque a veces se desdibujan porque las dinámicas del cambio tienen oposiciones, devoluciones y retrocesos. Hemos aprendido también que es mejor saberlo para no detenernos.
En el espacio de la memoria se depositaron los objetos emblemáticos, porque los objetos hablan del espacio, el tiempo y el lugar, las circunstancias que rodearon los acontecimientos, los objetos con su carga simbólica: pañoletas moradas y verdes, camisetas por el aborto libre, seguro y gratuito, botones invitando a la no violencia, fotos de eventos y textos que sistematizaban momentos de la militancia, de posturas políticas. Allí las guardianas de la memoria, lideradas por Miriam Cotes y Claudia Bermúdez, nos hicieron entrevistas, tomaron fotos documentando muchas vidas, muchas formas de ser y estar en el feminismo.
Cada una aporto los hitos, esos instantes trascendentes de la historia colectiva, una línea del tiempo que decía de la militancia en los partidos, de los grupos de autoconciencia, de las casas de las mujeres, de la incidencia en lo público, de las publicaciones notables -las mujeres, la manzana de la discordia, las brujas, las otras, la agenda mujer- que dieron cuenta de la escritura femenina, esa grafía que es también tejido, esa manera de narrarse, indignarse y amarse.
En grupos realizamos líneas del tiempo en donde cada una consignó los momentos más significativos de los senderos que marcaran la subjetividad y la vida de cientos de mujeres en el país, en especial la memoria de las violencias, del impacto del conflicto armado en nuestras vidas y las memorias del cuerpo colectivo que somos las mujeres en movimiento.
Constatamos, una vez más, la justeza de la simbiosis entre feminismo y pacifismo y la radicalidad de la propuesta ética que buscó desde la década del 80 del siglo pasado, la negociación política del conflicto y que trazó la línea de la incorporación de las demandas de las mujeres a la verdad, la justicia y la reparación en cuyo centro está el cuerpo femenino como territorio de paz y de derechos.
Con Isabel Ortiz y Mechas Tello escribimos cartas a seres que amamos, yo le escribí a Isabela y a Susana, mis sobrinas, acerca de mi feminismo como un ejercicio personal por la libertad de ser, pensar y sentir. Creo que debo terminarla y entregarla como un regalo de la tía loca de la familia. Pensándolo bien la enviaré a mis sobrinos hombres. Se lo merecen también porque han sido parte de mi ser y de mis bregas libertarias.
El jardín de las ausentes
Es costumbre de todas las cosmogonías honrar a sus muertos, dignificar su legado, hablamos de elaborar el duelo, por las que nos precedieron en el tránsito a la noche inevitable, levantamos textos y fotografías en recuerdo de su vida y obra. Los auditorios y salas de reuniones tuvieron sus nombres: Martha López, Silvia Galvis, María Cecilia Paz, Martha Cecilia Vélez Saldarriaga …
Muchas imágenes corrieron por mi cuerpo: el tránsito por algunas organizaciones sociales, largas conversaciones, a veces circulares, los debates acalorados, planes conjuntos, discusiones sobre estrategias, análisis de contexto, reparto de tareas, esos gestos reconocibles, esas palabras contundentes, los textos publicados, los bailes, las tertulias inacabadas, los tragos, las risas que se hacen presentes en las fotografías y en el recuerdo. Y esa pregunta que se fue haciendo cotidiana ¿Te acordás? Pensamos también en aquellas que por diversas situaciones no llegaron, pero ahí estuvieron.
Allí, como en un santuario, estuvieron las amigas admiradas, que acompañaron trechos de la propuesta de cambio feminista y tuvieron una vida de compromiso. Ellas hicieron presencia desde los textos homenaje. Muchas recorrimos respetuosas, escribimos contra el olvido que suele devorar a las mujeres porque la palabra escrita suele perdurar más en el tiempo. Creo, sin embargo, que estamos en deuda con nuestras teóricas, escritoras y maestras. Sueño con publicar a las ausentes, leerlas más y con mas juicio, honrar sus letras de mujeres sabias, reconocer su autoridad y su persistencia. Un mandato interior me dice “aprender de nuestras sabias, cultivar nuestras propias sabedoras”.
Honrar la vida de las presentes.
Honramos y reconocimos la vida y obra de las presentes, todo el encuentro fue un auto- reconocimiento de nuestra propia obra. Sin embargo, hubo un momento para el elogio de viva voz, a las mujeres emblemáticas por su largo recorrido y militancia apasionada: Norma Villareal, socióloga rastreadora de la historia en movimiento de las mujeres; Magdalena León académica, del grupo mujer y sociedad, una de nuestras maestras emblemáticas; Maria Lady Londoño fundadora de Sí Mujer y Amparo Beltrán y su opción de fe.
La academia actualizada.
Fueron círculos para la palabra y el aprendizaje. Gracias a Yolanda Puyana y Norma Villarreal, las maestras, recorrimos de nuevo el contexto histórico y cultural, urbano y rural, en el que iniciamos nuestro proceso en organizaciones o como feministas independientes. En mi país y en nuestro feminismo tenía que estar la reflexión sobre el impacto de las violencias, el conflicto armado en nuestras vidas y el cómo se articuló con la construcción de una ciudadanía pacifista. María Emma Wills nos condujo por los laberintos de nuestros vínculos, desde la infancia, con las violencias que se encuentran ancladas en nuestras vidas. Maín Suaza desde la creatividad que la habita habló de “Las Viejas esas”. Nombró esta etapa, perturbadora, por decir lo menos.
Esa consigna precisa y condensadora tantas veces evocada “Mi cuerpo es mío” se llenó de nuevo de más contenido de la mano de Clara Mazo. Rafaela Vos Obeso condujo el debate sobre la Interseccionalidad, intergeneracionalidad; María Cristina Hurtado nos interrogó sobre Maternidad subrogada y las propuestas abolicionistas y el regulacionismo. Claudia Mejía nos hizo preguntas sobre las tensiones entre la definición del sexo y la identidad de género.
Y aunque somos mujeres de otro siglo, nos inquietamos con las cuestiones candentes en el feminismo del siglo XXI. Mas preguntas inquietantes: El amor ¿un imposible? Vuelve a preguntarse Florance Thomas, cómo y por qué se articulan, inquirió en su conversación Patricia Ariza, Feminismo, Arte y Cultura.
El fin del encuentro, que estoy segura, será el principio de otros más, me lo contaron: un Ritual dirigido por la Mayora Blanca Andrade de la comunidad Nasa y un compartir desde el afecto. En medio de todo hubo café, tentempiés, aromáticas, vinos, baños de mar y meriendas y baile porque “qué sentido tiene la revolución si no podemos bailar”, Concluí que el feminismo es una fiesta que merece vivirse en primera persona y en primera línea.... al lado del mar, nada mejor para recordar la metáfora de las olas que este gran movimiento ha impulsado y que como un océano se nutre del caudal de muchas vertientes del feminismo.