Fotos: Ameno Córdova
Antigua Guatemala en cuarentena
Frustraciones y desafíos
Ana Cofiño
(La Cuerda)
Guatemala es un país conocido por sus abismales desigualdades. Algunos datos sobre la situación de la niñez y la juventud son ilustrativos: 68% de los aproximadamente 7.5 millones que son, vive en hogares pobres; la desnutrición crónica entre menores de cinco años de edad, una de las tasas más altas del mundo, es de 49.5%; la mortalidad infantil no se queda atrás, con el fallecimiento –por causas curables– de 28 menores de un año de edad, por cada mil nacidos vivos[1]. Las cifras se agravan para la población indígena, que es marginada por un Estado históricamente racista y misógino que no solo les deja de lado, sino que utiliza todo el aparato de poder para su control y dominación.
En ese entorno social tan hostil, la cotidianeidad es un reto que consiste en sobrevivir: jugársela en las calles como informales, tratar de obtener empleo o conseguir los dólares para migrar al norte. En el imaginario colectivo de las mujeres está presente la posibilidad de ser agredida, violada o asesinada a plena luz del día. Si bien es cierto que creamos mecanismos de todo tipo para que eso no nos paralice, en el inconsciente guardamos un acumulado de historias de violencia que han afectado a la mayoría de las personas. Quizá por instinto es que somos resistentes y rebeldes, por vivir en un mundo de injusticias tan evidentes que provocan justa rabia.
Ese ánimo de hacerle frente a las adversidades –que pueden ser terremotos, inundaciones, huracanes, así como miseria extrema, gobiernos corruptos y políticas de despojo–, es a la vez el que nos mueve a no callar, a demandar y a organizarnos para conseguir lo que nos corresponde, es decir, la vida digna que merecemos todas las personas.
Gracias a que la tradición política de lucha por las libertades y los derechos no fue totalmente aniquilada en la guerra contrainsurgente, siguen surgiendo por todo el país, grupos y personas que encarnan las viejas demandas que nuestras ancestras levantaron; que plantean propuestas para llevar a cabo las transformaciones largamente aplazadas; que crean y producen arte, pensamiento crítico, y comunidades que protegen los territorios. Por toda la geografía hay chispas o fogatas, pueblos que reivindican sus antiguos conocimientos, que construyen autonomías económicas, que buscan mejorar sus condiciones de vida.
Virus neocolonialistas
La salud, entendida como una esfera de la vida donde confluyen el bienestar físico y mental, individual y colectivo, así como los aspectos económicos y sociales, es en estas tierras centroamericanas, un bien al que pocos pueden acceder. Las estadísticas arrojan datos similares a los de la niñez; en el caso de las mujeres la misoginia es todavía más explícita. Voy a ser más descriptiva, para no aburrirles con tantas cifras: cientos de niñas menores de 18 años son víctimas de violaciones por parte de parientes y personas de su círculo de confianza, y son obligadas a hacerse madres. Al cierre de este artículo, medios locales informaron que de enero a mayo de 2020 se registraron 1.962 niñas de entre 10 y 14 años de edad embarazadas, y 44.901 en niñas de entre 15 a 19 años de edad. [2]
Esto sucede porque el Estado está en manos de funcionarios religiosos que, a toda costa, han evitado sistemáticamente que la educación sexual sea incorporada a la currícula escolar. Las mujeres sin acceso a educación formal, en muchísimos casos, ignoran cómo funcionan sus propios cuerpos y, además, son despojadas de su derecho a elegir sobre sus vidas.
Con los últimos gobiernos neoliberales, posteriores a la firma de la paz en 1996, la salud pública fue capturada por bandas criminales que han hecho grandes negocios y han llevado los servicios sociales a situaciones alarmantes. Entrar a un hospital nacional es como descender al inframundo de Dante en tiempos actuales: la mugre, el abandono, las carencias, el dolor, la muerte, y la desfachatez de ministros de salud como el actual, que está en ese puesto por los favores que el presidente le debe, son algunos de los horrores. El Negocio de la Salud fue el nombre con el que la CICIG[3] bautizó a la red de abusos, robos y desfalcos responsable de que las medicinas encarecieran a niveles inaccesibles. Es harto sabido que aquí los medicamentos son más caros que en Europa. Por lo mismo, los remedios caseros y las medicinas naturales, así como curanderas, comadronas y guías espirituales, han sido fuerte apoyo para la ciudadanía.
Si eso era así antes de la llegada del covid-19, ahora todo es peor. El presidente Alejandro Giammattei es un médico que se ha dedicado a transitar de maneras poco claras y con socios de dudosa reputación, los caminos que lo llevaron al poder. En sus mensajes a la población llama a orar y ayunar y siempre concluye echando bendiciones. Ha impuesto estados de excepción, ha dado información trucada o parcial, y obedece los mandatos de las élites de extrema derecha, encarnadas en la gremial empresarial organizada, con sus políticas de despojo. [4]
Desde que el presidente decretó Estado de Calamidad, sabíamos que eso les permitiría –a él y a otros integrantes del gobierno– robar bajo ese manto de impunidad, porque bajo esta situación está permitido hacer compras estatales sin pasar por los trámites de rigor e implantar medidas “restrictivas” que afectan a la población. Aquí se ha vuelto normal que los funcionarios de gobierno sean proveedores del Estado y con la crisis actual, algunos aprovecharon para acumular insumos médicos como mascarillas, guantes, etc., quedarse con recursos y bloquear la llegada de ayuda a la gente más necesitada. En los medios vemos diariamente denuncias sobre funcionarios/as del Estado[5] que en cualquier país constituirían razón suficiente para expulsarlos, y aquí se les apaña de manera cínica y descarada.
Ante la llegada del virus, el gobierno anunció con bombos y platillos la inauguración de hospitales regionales especiales. Lo que hicieron fue montar en galpones inapropiados, unos catres de campaña separados por paneles, recibir donaciones de empresas monopólicas, limosnas que se aplaudieron como grandiosos gestos de solidaridad. Tres meses después, las y los salubristas contratados para atender las urgencias provocadas por el covid-19 no han recibido salarios, ni cuentan con la seguridad mínima para efectuar sus tareas. Los hospitales grandes, que de por sí ya eran deficientes, hoy están colapsados.[6] En sus frecuentes cadenas nacionales, el gobierno da cifras, pero ya nadie les cree, porque han llegado al colmo de presentar datos donde las sumas no cuadran. Por supuesto, los excluyentes hospitales privados, se han negado a recibir personas contagiadas, y el hospital de los militares ha puesto oídos sordos a quienes exigen que sus instalaciones reciban a quienes las necesitan.
La frustración del encierro
A mediados de marzo empezó la cuarentena obligatoria, con toque de queda a partir de la cuatro de la tarde, sin transporte público, con escuelas, comercios y servicios cerrados. Para quienes viven “al día”, esto fue un golpe mortal, ya que no cuentan con ahorros, ni mucho menos con condiciones para resguardarse. Las recomendaciones de lavarse las manos a cada rato y guardar distancia física son inaplicables allí donde la pobreza impera, con la falta de agua potable, que es un mal generalizado y las viviendas precarias. Pese a que el gobierno contrajo deudas en millones de quetzales, supuestamente para apoyar a quienes fueron despedidos de sus empleos. Hoy, a casi tres meses, no han llegado los pingües Q75 (aproximadamente diez dólares) diarios prometidos para paliar la crisis. Si sólo la canasta básica familiar cuesta más del triple, imagínense ustedes cómo van las cosas.
El colmo se produjo cuando un día se anunció que, a partir del siguiente, se prohibía el tránsito entre los departamentos (provincias), el uso de vehículos, y se cerraban los mercados de alimentos, fuente de abastos fundamentales. Esta medida sin sustento ni previsión provocó caos en los supermercados, acumulación, escasez, encarecimiento y por supuesto, aglomeraciones, con lo cual los protocolos antivirus, quedaron por el suelo. Lo único bueno fue que se hizo un silencio tan grande, que se pudo escuchar otra vez el viento en los árboles, el canto de los pájaros, la música de la naturaleza.
En este contexto, el gobierno intenta eliminar instituciones como la Secretaría Presidencial de la Mujer. Pretende sustituirla por una comisión, hecho que ha generado rechazo y movilizaciones de nuestra parte. Esta semana, también recibimos otro balde de agua helada con anuncio del cierre de los espacios de atención para personas con cáncer, diabetes, y otras afecciones, poniendo fin a la leve esperanza que tienen los pacientes de escasos ingresos de conseguir atención especializada a bajos costos.
Encerradas en casa –quienes pudimos–, algunas feministas hicimos acopio de voluntad, reunimos fuerzas y capacidades, logramos vencer nuestros respectivos obstáculos y decidimos seguir en las luchas: con las colegas del programa radial Voces de Mujeres surgió una consigna hermosa que ilustra nuestro ánimo: “#ConfinadasPeroNoCalladas”. El programa se continúa transmitiendo por las redes independientes, dado que la plataforma radial de la universidad por la que se transmitía originalmente, está cerrada; el periódico laCuerda sigue publicando y distribuyéndose, ahora de manera virtual; medios de comunicación y periodistas independientes hacen análisis y publican información pertinente. Es notorio que muchas feministas dirigen, coordinan e impulsan iniciativas de esta índole, como la nueva publicación Ruda, que nos trae noticias nacionales e internacionales sobre mujeres y Prensa Comunitaria, que está en los lugares donde las luchas están dándose.
Las compañeras de la Asamblea Feminista hemos seguido con la agenda, adaptándonos y encontrándole la vuelta a la circunstancia. Entre todas, se ha visibilizado y denunciado la violencia que el confinamiento ha incrementado para niñas y mujeres atrapadas con machos agresivos. En las redes y en las calles, las mujeres siguen, valientemente, exigiendo bienestar y justicia. Esas actividades colectivas nos entusiasman y animan pese a la realidad, pero de pronto viene una tormenta que pone en riesgo la vida de miles de personas, y pasamos noches de desvelo pensando en los peligros que acechan a la población de menos recursos con las lluvias.
En Guatemala vivimos en un carrusel de emociones encontradas, cada día nos llegan noticias aterradoras o sorprendentes, y pareciera que estamos acostumbradas, que ya tenemos una fuerte coraza que nos protege de la crueldad y el dolor. Creemos que hemos llegado al límite, cuando nos avisan del asesinato del guía espiritual Domingo Choc, de la etnia q’eq’chi, acusado de brujería y quemado vivo en su comunidad de origen, en el departamento de Petén. Y todos los esfuerzos invertidos en mantenernos de pie y las esperanzas de salir a construir otro mundo se derrumban; el racismo y los fundamentalismos religiosos atizan conflictos y buscan víctimas para implantar su orden, su asquerosa normalidad neoliberal, para seguir lucrando con los bienes comunes. No han pasado ni tres días, y llega la noticia de otro líder comunitario eliminado.
¿De qué nos agarramos para no naufragar? De las amistades, de las cómplices, de las mujeres que nos acuerpan y acompañan, de nuestros sueños comunes, de la mínima y débil esperanza de que este entrañable país, un día pueda volver a florecer. Quizá es cierto que, pese a siglos de opresiones, los pueblos fortalecen sus convicciones y deseos de una vida mejor. Por momentos dejo de creerlo y me parece que las fuerzas del mal han triunfado. Es difícil alimentar los sueños cuando predomina el odio.
Como un mantra, nos repetimos que de ésta vamos a salir, que es una oportunidad para cambiar. Cueste lo que cueste, sabemos que nos toca darle continuidad al proyecto emancipatorio, por nosotras, por las otras, por todas.
[1] Datos obtenidos del informe final de nov. 2017 https://www.unicef.org/evaldatabase/files/Informe_de_Evaluacion_Final-Noviembre9.pdf
[2] https://osarguatemala.org/embarazos-en-adolescentes-del-ano-2015-al-2019/
[3] La Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala es una instancia de investigación creada con apoyo de la Organización de Naciones Unidas para colaborar en la lucha contra la corrupción y los crímenes cometidos por grupos ilegales.
[4] La gremial patronal guatemalteca (CACIF, Coordinadora de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras de Guatemala) ha presionado al gobierno de Giammattei para abrir los centros comerciales y recibir financiamiento del Estado para enfrentar la crisis, entre otras gestiones anti-populares, como impedir que no se corten los servicios de luz y telefonía a quienes no han podido pagar.
[5] El diario elPeriódico ha publicado investigaciones sobre corrupción. Los domingos, en la sección “El peladero”, denuncia actividades asociadas al narcotráfico, a desfalcos al Estado y a todo tipo de actos ilícitos en distintos niveles del aparato estatal.
[6] Según datos del Ministerio de Salud Pública, al 10 de junio hay 8.221 contagios, 316 fallecidos.