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Cecilia Gordano Peile
Viralizando la resistencia:
mujeres, periodismo y violencia en América Latina.
Desinformación. Noticias falsas. Relato único. Acoso, descrédito, misoginia. Precarización laboral. Monopolio mediático. Estos son algunos de los conceptos que más resonaron en el Seminario “Amenazas a la libertad de Expresión. Voces y experiencias de mujeres periodistas y comunicadoras de América Latina y Europa”, organizado por Cotidiano Mujer, la Articulación Feminista Marcosur (AFM) y UNESCO, el 3 de mayo de 2019, Día Mundial de la Libertad de Prensa[1]. Pero también se escucharon palabras de resiliencia y combate a esas amenazas: organizarse, empoderarse, incidir, investigar, chequear y denunciar.
El seminario reunió en Montevideo a más de 100 periodistas, comunicadoras, juristas y activistas de 13 países[2] que intercambiaron experiencias y saberes sobre el ejercicio de derechos reconocidos en la jurisprudencia internacional pero frecuentemente ignorados, atropellados y violados en la práctica (libertad de opinión y de expresión, y el derecho a una vida libre de violencia).
Ante las múltiples violencias vividas –como mujeres y como mujeres periodistas–, la virulencia y la viralidad de los ataques multiplicados a través de las redes sociales, la impunidad generalizada y la falta de respuestas institucionales inmediatas y efectivas para combatir los abusos, hay distintas estrategias personales y colectivas a las que echar mano. Y resulta positivo compartir estas vivencias con otras colegas desde una perspectiva feminista que explique las violencias en términos no meramente casuísticos, sino como parte de las desigualdades estructurales que históricamente cimientan sistemas patriarcales, clasistas, racistas y heteronormativos.
En la apertura, Lilián Celiberti (AFM y Cotidiano Mujer) resaltó la importancia de promover espacios para “encontrar el activismo feminista y de género de las comunicadoras y periodistas y fortalecer nuestras redes de comunicación para que nos permitan enfrentar algunos de los problemas que se generan en el ejercicio de la profesión. (…) Una profesión que sigue teniendo cara masculina cuando la pensamos en abstracto, en los periodistas, y en realidad quienes están haciendo historia son las periodistas y nos parecía que esas historias tenían que estar aquí”.
Al día siguiente del seminario público, la Alianza Global de Medios y Género (GAMAG)[3], la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género[4] y la Comisión de género de la Asociación de la Prensa del Uruguay mantuvieron actividades paralelas en la mañana y una plenaria común en la tarde, en la cual se produjo una declaración conjunta.
¿Quién le teme a las fake news?[5]
El periodismo, ejercido con un compromiso ético, ha sido desde siempre una profesión arriesgada, porque tiene el potencial de cuestionar desigualdades, de incomodar al status quo, de formar opinión pública y, por tanto, promover una ciudadanía crítica y activa. El riesgo para quien lo ejerce, sin embargo, varía en función del contexto sociopolítico, del impacto en cada caso, entre otros factores. Pero la sensación generalizada es que el periodismo no es ni solo un oficio más ni basta con quererlo, como afirmó el escritor García Márquez y desmintió la politóloga y periodista colombiana María Jimena Duzán. Argumentó que se necesita mucho más: “cuando a una le toca ser casi que corresponsal de guerra en su propio país, una cambia, una se vuelve parte del conflicto y del problema”. Junto a su colega argentina Mariana Carbajal, expuso sobre los principales desafíos a los que se enfrenta el periodismo en los actuales contextos de desinformación. La periodista uruguaya Blanca Rodríguez observó lo paradójico de tratar temas como la desinformación en “la era de la interconectividad donde –por lo menos en el mundo occidental– hay una gran capacidad de llegada a la información, de comunicación, de manejo de la tecnología y de las redes de información”. Sin embargo, apuntó, el acceso no basta y hace falta dotar a la ciudadanía del “discernimiento crítico adecuado”; por ello “el rol del periodismo tiene más vigencia que nunca”.
Del periodismo no solo se vive: se sobrevive. En países como Colombia o México, la práctica de la profesión es asediada constantemente por amenazas de muerte, asesinatos y secuestros, como ha sufrido Duzán en carne propia, con un exilio y una hermana muerta.
Carbajal, experta y pionera en periodismo de género en América Latina, expresó admiración por la fortaleza de su colega para sobreponerse a las hostilidades y matizó la situación de las periodistas argentinas: “Nosotras no estamos en riesgo de muerte. En todo caso, somos sobrevivientes de una profesión que no sé si está en riesgo de extinción, pero nuestros puestos de trabajo están en grave riesgo de continuidad, y eso sí atenta contra la libertad de expresión”. A pesar de ello, reconoció grandes avances en cuanto al rol de las periodistas feministas, que antes cubrían en soledad temas “marginales” al debate público, como los feminicidios o el derecho al aborto, y que ahora logran posicionarlos en el centro. Ellas han impulsado el resurgimiento del feminismo argentino a partir del movimiento #NiUnaMenos y han jugado un papel clave en los debates sobre la despenalización del aborto, difundiendo información de calidad y retrucando la desinformación promovida por los sectores más conservadores.
En paralelo a este auge del periodismo feminista, sin embargo, Carbajal resaltó que faltan las voces de las mujeres en los principales espacios mediáticos, como tristemente refleja desde 1995 y cada cinco años el Monitoreo Global de Medios promovido por la WACC (la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana). Si bien Argentina ha mejorado con respecto a mediciones anteriores, sólo el 15% de las noticias están firmadas por periodistas mujeres, y las voces expertas, especialmente en temas de economía y política, siguen siendo masculinas: “el mansplaining está a full, porque son ellos los que nos explican la realidad en los horarios centrales y en las páginas de los principales diarios. La voz del especialista sigue siendo masculina y la voz de las mujeres es la de voz de la calle, la voz de la cercanía y de lo doméstico. Insistió en que “hace falta otra mirada” tanto en la producción de noticias, como en las líneas editoriales y en las direcciones de los grandes medios, y que las redes de mujeres periodistas son fundamentales para promover temas, agendas o incluso roles innovadores, como el de editora de género.
Carbajal, como otras ponentes del seminario, denunciaron que la prensa mainstream con frecuencia es cómplice de acciones contra la libertad de expresión cuando “descalifica al feminismo como sujeto político”, precariza puestos de trabajo y niega respaldo legal a las periodistas que se vuelven blanco de todo tipo de denuncias, intimidaciones, injurias y ciberataques de trolls por el hecho de investigar temas incómodos para el patriarcado[6]. Las noticias falsas o fake news también están a la orden del día para difamar los innegables avances del feminismo en materia de derechos, sus actividades y movilizaciones. Pero ahí están las redes sociales para combatir la desinformación que en ellas se producen. Por ejemplo, cuando los medios cuestionaron la veracidad del testimonio de una mujer abusada, y miles de otras mujeres retrucaron, el hashtag #miracomonosponemos “generó una catarata demujeres que empezaron a contar sus historias de abusos y acosos silenciadas durante años”, recordó Carbajal. Y una recuerda las palabras de la poetisa Audre Lorde y piensa que tal vez, a veces, las herramientas del amo sí tienen el potencial de desmontar su propia casa…
“A mí no me asustan todos estos temas de las fake news”, dijo al comienzo de su intervención Duzán, recalcando que existe desde hace tiempo. Recordó por ejemplo, las campañas de Joseph Goebbles, el tristemente célebre ministro de Propaganda de Hitler.
Ella también reconoció la denuncia de lo que hoy conocemos como fake news en las novelas de George Orwell, La Granja y 1984. “La manipulación de la información no es un fenómeno nuevo así que es un fenómeno tal vez en el que por primera vez vamos a poder dominar, si logramos utilizar bien las redes”, aseguró, y dijo a las nuevas generaciones de mujeres periodistas que está todo por hacer. Claro que también están el miedo y la vergüenza. Duzán los conoció de cerca y lidió con ellos en su doble identidad de periodista y víctima del conflicto armado en Colombia. Para superarlo y seguir haciendo periodismo, confesó haberse embarcado en un profundo viaje interior, inspirada en una práctica habitual entre las víctimas del terrorismo en otros contextos, como Irlanda. Para ella, “el periodismo bien ejercido es casi como la vida misma: tiene que ver con el dolor que una siente por la desigualdad, tiene que ver con el dolor que una siente cuando las cosas son injustas, cuando hay corrupción”.
Brasil, Brasil
La intervención de la periodista brasilera Eliane Brum[7] reflejó todo el dolor y la indignación posibles ante la historia reciente de su país. Recordó que hacía 414 días que la activista Marielle Franco había sido asesinada “y aún no sabemos quién ni por qué la mató”. Desde el auditorio empezaron unos aplausos contagiosos, fuertes y sentidos, que llenaron toda el Aula Magna de dolor e indignación. Brum ofreció un análisis sociohistórico de la crisis de credibilidad de la gran prensa brasilera, iniciada mucho antes de la llegada al gobierno del militar proevangélico Jair Bolsonaro, cuyas campañas de desinformación coronaron su triunfo. Al criminalizar las protestas legítimas de manifestantes, difundir informaciones sesgadas, diezmar las redacciones de los medios echando a los y las periodistas más críticas y experimentadas, el poder mediático brasilero fue cómplice y artífice del impeachment a Dilma Rouseff y lo que vino después.
La mayor manifestación contra Bolsonaro, organizada por mujeres en las calles (el 29 de septiembre de 2018) y en las redes (con el movimiento #EleNão), fue ignorada primero y atacada después: “en WhatsApp los seguidores de Bolsonaro difundieron imágenes de otras protestas, algunas de mujeres rompiendo símbolos religiosos, lo que nunca ocurrió” en esas movilizaciones, explicó. “Pero una parte de la población, especialmente evangélicos que fueron decisivos para la elección de Bolsonaro, creyeron esto”. La falta de cobertura mediática de la verdadera movilización abrió el campo especulativo y difamatorio: “Las fake news se convirtieron en verdades por la falta de referencias”. Con este ejemplo, hizo una distinción conceptual potente, al distinguir la postverdad –“las mentiras que falsifican la realidad pasan a producir verdades, como sucedió con la elección de Donald Trump o la aprobación del Brexit”- de la “autoverdad: la valorización de una verdad autoproclamada por cada individuo”. Así, las declaraciones machistas, misóginas, racistas y clasistas de Bolsonaro, extendidas por las redes sociales en formatos muchas veces pensados para el público más joven (como vídeos cortos y memes), se interpretaron como una expresión de sinceridad: “un hombre de bien ejerciendo la libertad de expresión”. La viralidad de las redes amplificó la popularidad de su incorrección política.
Las cifras de la desinformación son alarmantes y llegaron de boca de Marina Iemini Atoji, gerenta ejecutiva de la Associação Brasileira de Jornalismo Investigativo (ABRAJI): “la desinformación ha sido masiva y una agencia de chequeos en Brasil ha contabilizado que contenidos falsos, sólo en Facebook, han sido compartidos 3.8 millones de veces. No tenemos cifras en Twitter o WhatsApp”. Además, agregó que la circulación de la desinformación fue un fenómeno muy desigual: “la mayoría de los contenidos falsos o engañosos eran desfavorables a la izquierda, a los y las candidatos del Partido de los Trabajadores”.
ABRAJI participa en varias instancias para entender cómo funcionan las lógicas de la desinformación, sus canales y estrategias, para entenderla y desmontarla. El proyecto CTRL X, por ejemplo, “es una base de datos de aquellas acciones judiciales que instan a sacar contenidos de internet” y son especialmente numerosas durante las campañas electorales. ABRAJI también se unió al proyecto “First Draft, de la Harvard Kennedy School, Google y Facebook para el chequeo de contenidos potencialmente virales en WhatsApp, porque éste es la principal fuente de información para el 48% de brasileros, según el Instituto Reuters”. El proyecto tiene diversos capítulos nacionales, como el recientemente presentado “Verificado.uy” en Uruguay, donde habrá elecciones nacionales en octubre de este año. Iemini Atoji se refirió a la versión brasilera, ComProva, y explicó que se basa en un esfuerzo inédito de colaboración entre 24 medios y 62 periodistas, y de acceso a tecnología especializada que proporciona los contenidos a chequear, como WhatsApp for Business (facilitada por la propia empresa WhatsApp) y el WhatsApp Monitor (desarrollado por la Universidad de Minas Gerais). Precisó que, además de colaboración y tecnología, el éxito de esta iniciativa necesita de mucho “estómago y un poco de calma”, para procesar y digerir colecciones de fake news de todo pelo y linaje, muchas de ellas dignas de un museo del horror.
No estamos solas
Un leitmotiv de la jornada fue sin duda la convicción general, en el discurso y en la práctica, de que las mujeres periodistas y comunicadoras cuentan con una red de apoyo profesional y humano, de recursos y herramientas para combatir los acosos, las campañas de desinformación y otras aberraciones del ejercicio periodístico. Flavia Borja, del Sindicato de Periodistas de Paraguay, expuso la trayectoria de su organización “cuyo nacimiento tiene que ver principalmente con la defensa de los derechos laborales pero que, con el tiempo y por las circunstancias, se ha ido transformando también para atender la necesidad de la defensa de la libertad de expresión debido a los ataques a periodistas mujeres y hombres de todo el país”. Además de la sindicalización, hay recursos para combatir las amenazas al trabajo periodístico en uno de los últimos Informes de la Relatoría de la libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que en 2018 se focalizó en la violencia contra las mujeres periodistas. Como presentó el Relator Especial para la Libertad de Expresión, Edison Lanza[8], “por primera vez estamos poniendo una serie de obligaciones para las plataformas en línea que tienen que tener una política muy clara para evitar el acoso, el odio, la incitación a la violencia y al desprecio hacia las mujeres periodistas”.
Uno de los testimonios más movilizadores de la jornada fue presentado por la periodista Arzu Geybullayeva, quien por haber criticado duramente al gobierno corrupto de su país de origen, Azerbaiyán, fue blanco de una campaña de desprestigio que propició su acoso online y la prohibición de entrar al país. Sus palabras nos llevaron cronológicamente a revivir desde su desconcierto inicial, su frustración, desolación y miedo posterior, hasta el coraje con el que enfrentó a los acosadores y la fortaleza que encontró en sí misma para seguir haciendo periodismo y apoyar a otras periodistas acosadas. Su testimonio causó tal admiración entre las presentes que, tras escucharla, muchas se acercaron a abrazarla. Y a sacarse selfies, cómo no. A decirle, sin decirlo, que no está sola. Y ella lo sabe.
[1] Todas las presentaciones centrales pueden escucharse aquí.
[2] Además de Uruguay, hubo participantes de Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Perú, Colombia, Ecuador, República Dominicana, Guatemala, Bolivia, México, España y de Azerbaiyán (región del Cáucaso, Eurasia).
[3] GAMAG es una red mundial intersectorial de articulación conjunta entre más de 500 personas individuales, organizaciones e instituciones que trabaja con el fin de incrementar la igualdad de género en y a través de la comunicación. Fue fundada en Bangkok, en diciembre del 2013, durante el Primer Foro Global sobre Género y Medios convocado por UNESCO.
[4] La RIPVG es una organización creada en noviembre de 2005 en Morelia (México) inicialmente integrada por profesionales de 14 países con el objetivo de sumar a periodistas de todo el mundo de forma individual o colectiva para priorizar la perspectiva de género en su trabajo, a las mujeres como fuente de información y el promover el uso del lenguaje no sexista. La Red Internacional está actualmente integrada por periodistas de 35 países.
[5] En otros ámbitos, se aboga por no utilizar la frase fake news, cuyo abuso se ha vuelto “un arma de descrédito del discurso crítico y el disenso político” (Colomina, 2019), por ejemplo en boca de personajes como Donald Trump.
[6] Carbajal se refirió al caso de la periodista Giselle Souza, que fue atacada por denunciar abusos sexuales a menores en Argentina. Mientras se escribía este artículo, en Uruguay surgía otro caso similar contra la periodista argentina radicada en Montevideo, Azul Cordo.
[7] Transcripción y traducción tomada de https://sentiido.com/cuando-las-creencias-estan-por-encima-de-la-verdad/
[8] Accede al informe completo
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